Por Esteban de Jesús Rodríguez Migueles
Para llegar a Ítaca, Ulises sabe de antemano que recorrerá un camino hecho de caminos,
una urdimbre tal vez fugaz pero consistente, un océano de tejidos revueltos como las
corrientes marítimas donde el cielo nocturno, iluminado por la Luna, se mezcla desde su
condición astral difuminándose con el medio acuático. Él héroe sabe que aunque se
conozca con anticipación el destino al cual regresar, también se puede desconocer el
punto móvil e inestable, la incierta meta de la verdad (eterna o no eterna), de la
investigación de la verdad “entre el creador y las criaturas corporales”, “restitución del
espíritu” en términos de Nicolás Malebranche. La visión de las cosas en el dominio de la
ciencia, del ser humano y de Dios y de aquello que pudiera ir más allá del conocimiento u
otros errores, signos de la perfectibilidad de toda percepción. Recuento de la fidelidad y
de la infidelidad al mecanicismo cartesiano, respecto, por ejemplo, a las reglas del
movimiento.
Mientras escribo, escucho la última e interesante canción de Meme del Real,
integrante del grupo de rock mexicano Café Tacuba, que probablemente sin proponérselo
es de una audacia teológico-filosófica reconocible: “Tumbos” (2025), en la que también
me he inspirado por lo que es, lo que sigue y lo que usted continuará, amable lectorx,
leyendo. Quiero darle algunas pistas pedagógicas para quedarnos bailando toda la noche,
todo el instante que nos dure la vida, la naturaleza, el entendimiento, la imaginación, la
voluntad y el libre arbitrio.
Entonces, ¿se puede estar dando de tumbos para trazar el rumbo? o dicho en
términos mucho más coloquiales, habrá que perderse para encontrarse realmente en
medio del éxtasis y la catarsis, de la escena dramática de la propia existencia. Porque un
viaje como el que elabora este héroe, prototipo del ser humano agónico y trágico, por igual, es asimismo, un periplo a los antiguos orígenes épicos, así en plural, en busca del nacimiento de algo tan claro, tan raro, pero de lo que quizás se ha hablado mucho oscuramente, siempre dentro de la caverna platónica, haciendo gran ruido dionisiaco con pocos resultados musicales apolíneos. Y tal vez, así está bien, se ha respetado la
ignición enigmática, el momento en el que todo inició en silencio explosivo y a la vez todo
se culminó, en un Big Bang sin forma incrustado en una canica, esa que rueda al ser
golpeada por la inercia de otra canica que empezó por la tosca, delicada, curiosa y
titánica mano de un niño rodando en la arena; pues parece, ya sin temor a equivocarnos,
que en un movimiento pendular, un universo ha chocado con otro universo, una bola de
billar ha colisionado con muchas otras antes en medio de un triángulo, en la mesa
aterciopelada verde con un bloque de tiza disparando su polvo por doquier y, entonces,
así empezó uno más de entre otros relatos, sin saber cuál haya sido primero, cuál sea el
que venga después, quiénes sean los personajes primarios o secundarios, quién el
narrador, quién el artista de esa amalgama de tiempos.
Únicamente en esa sacudida que lo cambió todo de una manera tan fundamental,
se produjo la amnesia en un mundo y simultanea y, no menos paradójicamente, la cabeza
memoriosa del cosmos vino a generar un orden, pensamos, completamente nuevo. Ojalá
no hubiera abandonado, ni siquiera parcialmente, la brújula del corazón en ese estreno
de la totalidad del que ahora hablamos. Y es que lo que sucede es que no hemos podido
soportar ese novel tablero de las cosas palpitantes, de los sistemas heliocéntricos, ya
habituados al anterior, al pasado estático, como Galileo Galilei o como Giordano Bruno
ante el Tribunal de la Santa Inquisición, nada titubeante, despótico, juicioso como ningún
otro y malévolo, veremos nuestros últimos días en la fiesta de la cenizas, observando el
infinito horizonte, la traslación de nuestros días, la rotación de nuestros diarios
devenires.
Konstantino Kavafis sugería que al emprender nuestro viaje a Ítaca, pidiéramos
que el camino fuera largo, lleno de aventuras y de experiencias. La humanidad no ha
exagerado al respecto, pero existen aventuras y experiencias que probablemente han
desbordado sus expectativas, se han venido sobre ella de tal manera que poco ha podido
hacer al respecto más que recrear el caos, hacerlo digerible. Quizás por ello Nietzsche
decía que todo filósofo debía tener un buen estómago, y que su tarea sería la de rumiar
textos, ideas y afectos. El poeta griego2 recomendaba también tener siempre a Ítaca en la
mente, pues llegar ahí sería nuestro destino, pero que nunca apresuráramos el viaje. La
humanidad quizás es ahí donde no ha acertado, pues contrario a la exhortación leída, ha
más bien acelerado, perdido el rumbo de la virtud. No nos ha engañado, cuál ha sido el
significado de nuestra honra o de nuestra deshonra a ese pueblo del retorno: ir a casa,
recordar, ir de nuevo al corazón. Ir a una casa que es móvil, llegar a la verdad, a un país
cuya maravilla consiste en ser una fábula que cada vez que releemos es ya otra, nosotros
no somos nunca ya los mismos que partimos para volver. Nuestra mente es presa de una
alegría salvaje. Por lo que en realidad cuando volvemos no somos ya los mismos que nos
fuimos alguna vez, ni Ítaca podrá ser la misma, ni Ulises, ni ninguna ciudad, ni ninguna
persona, ni nada, ni nadie. Hemos sido trastocados en lo físico (natural) y en el alma (lo
espiritual), atorados en el aspa de un molino, fijo pero en movimiento espiral.
Pero, ¿podremos regresar, a donde no se vuelve? Oigo el teléfono sonar. Un amigo
querido ha sufrido un infarto. Me detengo, no lo creo aún. Me pregunto qué puedo hacer
por él. Cabeceo y pregunto luego con mucho remordimiento: ¿Es posible ser el mismo
después de morir unos segundos? El músculo se ha dañado, esto es irreversible, cómo
había sucedido, cómo no había podido dejar de ocurrir, es extraordinario, es excepcional.
El órgano asociado milenariamente al amor, tan letal, desierto silencioso, campana que
repiquetea, llena de estruendo y tormentas a la vez. Esa carretera no la podrás volver a
andar de nuevo. No podrás sumergirte de nuevo -como rezó Heráclito- en el mismo río.3
Un momento de duelo a cada paso. Cuánta verdad podemos soportar, cuántas
repeticiones del disco rayado. Escucho tus carcajadas, de la risa resucitaremos, desde el
silbido de esta imagen sonora purificaremos el alma. ¿Podremos llegar a donde no es
posible arribar dada la naturaleza de nuestra condición nómada? Y si recordamos
cuando aprendimos a andar en dos pies, justo después de gatear, o sea de andar en dos
manos y dos pies, de cabeza (o ¿cómo era?), recordaremos también la resistencia inicial
y final con respecto a la gravedad.
Hace unos días intenté con los ojos cerrados caminar en línea recta en una
superficie que se encontraba en un templo cuya base se hunde paulatinamente lo que le da una inclinación de casi 45 grados, pues está sostenida en un terreno endorreico insalvable. Se trata hoy en día de un museo dedicado a exhibiciones de arte contemporáneo como video instalaciones, performances, happenings y otras expresiones visuales y/o sonoras análogas o digitales.4 Porque la filosofía, así como la literatura y
otras artes, es también fuente de placer y no sólo intelectual, crecemos con ella y a veces
también por ella e incluso a pesar de ella. Así de estimulante es cerrar lo ojos para con
ello despertar anonadados en la proa del nave de héroe de Ítaca, lo que pudiera calmar a
este hombre enojado, que parece casi petrificado es hacerse a la mar, donde toda ira se
disuelve como analgésico efervescente.
Eppur si muove.5 Es sabido que aunque la filosofía se guíe sistemáticamente por
un andamiaje lógico que por momentos luce imperturbable, lo cierto es que el tren ha de
descarrilarse unos días más que otros para asegurarse de que hay todavía tren y de que
hay todavía vías, lugar de partida y lugar de llegada. Con todo es el camino y el andar que
lo hace el mismo, lo que vale auténticamente, lo que crea todo lo demás, incluso esa
lógica del viaje, ese trasfondo cartográfico de las mismas rutas con sus intersecciones y
cambios de última hora en el itinerario, demos a esto por nombre contexto, que hace
sustancial más a pregunta que a la solución del problema vital.
El Señor de Santa Teresa se despega del muro oblicuo y estelar y la cúpula se abre
mostrando la pantalla celeste, la transubstanciación del paraíso perdido, del misterio
develado, de la gracia arropada, estará de acuerdo con Kant y sólo se podrá aprender a
filosofar, que no la filosofía. Caigo en cuenta de tratarse de una vivencia asintótica muy
similar a lo que llamaríamos posiblemente: ”hacer filosofía” o “navegar en lo límites sin
tocar la frontera”. El objeto de la filosofía es, pues, incolonizable por naturaleza,
inconquistable, no obstante durante largos periodos nos hayan hecho creer que construir
el edificio filosófico tuviera que ver con determinar la posición de la razón en el mundo a
través de las reglas necesarias para pensar, también está el modo de la aplicación, de la
irredenta imaginación, el de la indómita memoria y el del arte de la creación peculiar. No
hay seguridad de responder a la pregunta de forma definitiva como es una dificultad
hallar las piezas del diseño de Dios o las llaves que descifren la contraseña que abra las puertas de par en par de la cámara del mundo entero, pero esa falta de garantía por el conocimiento cierto que se coloca en una más importante, la de la libertad, es el motor de una transformación increíble. Decidí ese mismo día invitar a mis acompañantes, quienes se están aproximando al juego del pensar dialógico a emprender la escaramuza y sentir cómo nos íbamos juntos de lado, de un modo que encontré para descubrirle la magia de la
filosofía entre colores, bóvedas celestes, tritones y mareas púrpuras y violetas, pero sí
pueden llegar a producir náusea, una muy parecida a la que Jean Paul Sartre divisó, esa
que sólo nos aparece en el movimiento de llegar a existir, como Ulises entre cantos de
sirenas, enfrentamientos con Escila y Caribdis, espectros del mundo de los muertos,
cíclopes que hierven y filas serpenteantes de pretendientes e innumerables tempestades
más como que “la fe es duda y la duda fe”. Sin ser autoindulgente ni absolutamente
frívolo, a veces nos salvamos solo en sueños y desde ahí se enaltece la comicidad benéfica
y, si me apuran un poco, utópica. Si estamos en medio duna crisis ética y política es
porque se nos ha olvidado no solo danzar, sino verdaderamente reír hasta desmayarnos
o hasta que mínimamente la quijada duela. Aquí caben muchas formas de dignificar la
enseñanza de la filosofía, quizás ninguna universal ni perfecta, ni totalmente acabada,
una de ellas observar el cielo abierto, recostarse en la fresca hierba y ver azorados al
mundo, con atención y alta y profunda sensibilidad, aunque venga de un pagano
inconvertible como un servidor, estrategias heréticas de las que pronto, espero pueda,
seguir compartiéndoles un motivo diferente como que la persona humana es la imagen
de lo divino y otras ideas por el estilo. No sé si podemos responder todavía, ni decidirnos
por la verdad evidente o la simple fábula. Parece que cada vez que hablamos de cuán
complejo es el tema de la verdad, estamos siempre a punto de decir la más cínica y
desvergonzada de las mentiras, una de tantas con las que sobrellevamos el paso de la
vida. Luego recuerdo que hasta en la noche más oscura, un árbol puede destacar en
medio de un bosque, sin abyección, sólo la afirmación de si mismo sin la anulación de los
otros. Entre esas espumosas olas nos volvemos otra vez indiferentes como al principio de
todo, hablándonoslas como dos pinos tomados de la mano con una magnifica confianza,
Penélope deshaciendo la prenda, el hilo de Ariadna dorando la estela, Telémaco
conmovido por su padre y Patroclo con alas de Fénix. Salpicaremos historias marítimas
como Ulises. O al menos nos seguiremos dando de tumbos, teniéndo un concepto ilusorio
de nosotros mismos reflejado en la sopa que llamamos “realidad” o “importante verdad” o “ego central” y sin embargo, moviéndonos “entre calles y callejones y siendo todo un
desastre”.
